Cómo se cuenta un chiste
La verdad es que soy malo para contar chistes. El título de esta exposición es una trampa, yo soy la última persona que se debería consultar sobre el tema, porque nunca he contado un chiste. Si alguna vez me veo en la necesidad de contar uno, sería el siguiente: “Como decimos los maestros, nadie es prefecto”.
Soy monero desde hace muchos años. En esos años 90 vi un cartón de Jis en el que le preguntan a un niño ¿Qué hace tu papá? Y él responde “Es monero”. La maestra piensa “pobre niño”. Así es este negocio, un poco inútil. ¿Recuerdan lo que decía Abel Quezada sobre los dibujantes, no? Que somos hombres verdes y que nunca nos faltará trabajo porque somos raros. Yo siempre he tenido mis dudas, dentro de mí sé que es muy fácil dibujar y contar chistes, un poco como Jis, tengo la impresión de que cualquiera puede hacer esto, como cualquiera hace memes y cualquiera puede pedir que le hagan cosquillas y, si todos lo hicieran, se acabaría con la industria del humor en un solo día.
En esta exposición “Cómo se cuenta un chiste” presento una selección de 17 cartones de humor que abarcan mi trabajo desde 2004. Mi obra es chiquita y la selección es tan laxa que sólo he dejado fuera unos cinco o seis, incluído el chiste de la mujer que se anda comiendo el jefe, por considerarlo ofensivo. Algo ha cambiado en mí después de tener dos hijas.
En Inglaterra conocí el trabajo de Calman, que dibujó a un hombrecillo solitario que pedía desde una jaulita… amor. Rius me presentó a Saul Steinberg, que hacía monitos que se dibujaban a ellos mismos. Mi corazón palpitó a toda velocidad con Hitchcock y su borrachito que en alta mar era el único que se mantenía firme y derecho. Últimamente me volvió loco Iturrusgarai con su Jesús Hipster, que regresó al tercer día sólo para cargar su Iphone.
Los moneros trabajamos con clichés, el náufrago, el fakir, el jefe gruñón, la esposa furiosa armada con un rodillo. Lograr darle un giro a los temas muy vistos es un reto que nos gusta. También jugar con la sorpresa, la expectativa y el escándalo. Sarah Silverman comenzó un chiste diciendo: “El otro día tenía unas inmensas ganas de abortar”. Y acotó de modo genial --En realidad era sed.
Ahora les diré cómo trabajo yo.
Dalí dijo “lo único que se le debe pedir a una escultura es que no se mueva”. De una manera análoga me pregunto ¿Qué no puede hacer la estatua de la libertad? ¿Qué más podría pedir alguien que está acariciando las nalgas de una mujer? ¿Qué es lo que menos le preocupa a un náufrago? ¿Qué podría hacer alguien al que no le queda ningún uniforme? ¿Qué otro plato se come frío (además de la venganza)? ¿En qué piensan las divinidades?
Luis Ricardo
"Cómo se cuenta un chiste" está desde el 5 de agosto en "El Restaurantero Anarquista", 16 de septiembre 1509, El Carmen, Puebla. Abre desde el mediodía hasta la noche.